El presidente de EE.UU., Donald Trump ha sido acorralado por el bando demócrata. La marea azul consigue ganar escaños en la Cámara Baja, lo que obligará a Trump a tener que cambiar sus estrategias políticas y tratar de hacer una gestión basada en la integración, la transparencia, el consenso y la cooperación. Pero existe algo en él que le va a impedir hacerlo, su propio ego, que le lleva a tener comportamientos autoritarios y extremistas, basando su liderazgo en ejercer el poder utilizando el miedo como herramienta para alcanzar sus fines políticos.
El liderazgo basado en el miedo, en la acusación, el reproche, la denuncia y la amenaza, es propio de la política, una práctica que se hace habitual entre diferentes mandatarios de nuestro tiempo. Una buena defensa es lanzar un buen ataque, por eso el “y tú más” parece que se ha convertido en la táctica recomendada por los asesores de los políticos. Una medida infantil que no lleva a ningún sitio, nada más que a la crispación y a la confrontación. Por otro lado, ejercer el poder sin ganarse la autoridad es un error, porque tarde o temprano, el poder mal ejercido, te dará la espalda y se pondrá en tu contra, conspirando contra ti para que otro consiga hacerse con él. La diferencia entre los conceptos, poder y autoridad, reside en que el primero es concedido, y por lo tanto, en cualquier momento puede ser arrebatado, en cambio, la autoridad se gana gracias a méritos propios, en la que la influencia juega un papel clave y difícilmente se puede robar.
La autoridad y el poder deben ejercerse con inteligencia, equilibrio y responsabilidad. La integridad implica ser completo, y para que un líder sea integro debe tener carisma para ganarse la autoridad de los suyos, saber ejercer el poder cuándo es absolutamente necesario y tener la capacidad unir el criterio de todas las partes, incluso aquellos que han estado en su contra, y que llegado el momento, ha sido capaz de conducirles hacia un objetivo común. El liderazgo efectivo radica en el equilibrio interior de la persona, sin ese balance, desaparecerá y simplemente emergerá el egocentrismo, cuyo alimento es el propio poder y por ello, su único objetivo es aferrase a él. La consecuencia es la confrontación, el conflicto y la crispación, una bomba de relojería que si estalla, puede herir y provocar resentimiento.
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